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Dos siglos de Paraná

Hace hoy dos siglos de la elevación por la Asamblea del Año XIII a la categoría de Villa del poblado de Paraná, que se formó espontáneamente en la margen izquierda del río “pariente de mar” con pobladores provenientes de Santa Fe, ciudad de la que dependió mucho tiempo.

El municipio actual tiene casi 140 kilómetros cuadrados, donde viven cerca de 300 000 personas. Hace unos 60 años tenía 40.000 habitantes y hoy sería apenas reconocible para alguien que la hubiera conocido entonces y volviera a ella ahora. Está superpoblada de automóviles, desbordado el tránsito, como todas las ciudades actuales de occidente saturada de carteles de propaganda comercial y con una iluminación nocturna que parecería de sueño entonces.

Holmberg tuvo que volverse sin nada

Con Santa Fe, la vieja ciudad del cabildo, de donde vino el invasor Holmberg enviado por Posadas en 1813 a sujetar a los entrerrianos al poder porteño, derrotado en El Espinillo, es hoy un conjunto urbano de poco menos de un millón de habitantes unidos por el túnel que nació con el hombre del primer gobernante criollo de estos pagos, Hernandarias.

La primera votación

Paraná se formó poco a poco en la época colonial. Sus dos primeras manzanas fueron las de la actual plaza Primero de Mayo y la de la catedral, donde hace algunos años apareció el aljibe donde según la tradición se instaló la urna para decidir si el patrono de Entre Ríos era la virgen o San Miguel.

Fue la primera elección democrática que se produjo en la Argentina y San Miguel fue elegido patrono de Entre Ríos mientras la ciudad quedó bajo la advocación de la virgen del Rosario.
La ciudad está en terrenos que fueron de la estancia jesuítica San Miguel, cuyo casco estaba en el predio del ejército en el Paracao.

La historia cambió en Las Tunas

En Paraná, en cierto sentido, se dirimió la historia argentina en un sentido desfavorable a las provincias. En el actual límite del municipio con San Benito y Colonia Avellaneda se libró la batalla de Las Tunas, entre Artigas y Ramírez, apoyado por Mansilla enviado por Sarratea desde Buenos Aires.

El triunfo de Ramírez se debió a que Artigas había sido destruido militarmente en Tacuarembó poco antes por 12000 veteranos portugueses que invadieron la Banda Oriental y a que Ramírez contaba con seis piezas de artillería provistas por el porteño Sarratea.

Entre 1853 y 1861 Paran fue la capital de la Confederación Argentina, otra posibilidad de autonomía provincial que también fue abortada después de Pavón y el sometimiento de todo el interior argentino a los designios de Buenos Aires, situación que no ha cambiado desde entonces, al contrario, se viene agravando.

Los barrios de los inicios

Administrativamente, Paraná no es solo la capital de Entre Ríos sino un municipio cabecera del departamento Paraná.

Las barrancas parquizadas, como el Parque Urquiza, son una de las características singulares de Paraná, que tiene una estrecha relación con el río que le da nombre. El parque se levantó en terrenos donados a la municipalidad por Dolores Costa de Urquiza, la viuda del prócer, y por eso lleva su nombre. En ese lugar, de acuerdo con un libro escrito por el padre de Jorge Luis Borges, había pobladores negros y gitanos a mediados del siglo XIX. Entre el parque y la iglesia San Miguel, la iglesia matriz de Entre Ríos, se extendía una zona poblada por africanos, llamado en “barrio del candombe” por entonces.

La zona urbana era poco más que las dos manzanas céntricas, unidas al actual puerto viejo por un camino de carretas desde la que hoy se llama cuesta de Osinalde hasta la iglesia San Miguel. Ese camino, actualmente una diagonal, se llamó luego alameda de la Federación. Cuando el antirrosismo arreciaba, alrededor de la década de los 80 del siglo XIX, un grupo de estudiantes, seguramente influido por sus profesores, le cambió ese nombre por el de Rivadavia, justamente un hombre que había querido entregar toda la provincia a los portugueses para librarse de la influencia de Artigas.

Rivadavia no, Alameda

Recientemente, la memoria histórica recuperada puso de nuevo a la avenida, el principal paseo de Paraná su antiguo nombre de Alameda de la Federación.

La memoria histórica recuperada puso de nuevo a la avenida, el principal paseo de Paraná su antiguo nombre de Alameda de la Federación.

Nombre guaraní

El nombre de Paraná deriva de la lengua tupí-guaraní pará = “mar” y ná = “pariente”. Paraná es, entonces “pariente del mar”, en relación a su tamaño.

Paran no tiene fecha de creación, al menos no fue fundada según el procedimiento formal español, como Santa Fe, Córdoba o Santiago del Estero, con elección previa del terreno, rollo de la justicia y del acta fundacional. Lo que atrajo a los santafesinos pobres a esta orilla fue el ganado cimarrón, el suelo fértil, la abundancia de agua y leña y la paz con los indios. Aquellos pobladores se instalaron en un lugar que llamaron “Baxada”, que se pronunciaba entonces como ahora como “Bajada” porque esa era la pronunciación de la “x”, como en México, que todos pronunciamos “Méjico”.

La capilla era el eje de la población y como los habitantes iban en aumento, el cabildo eclesiástico de Buenos Aires la transformó en parroquia bajo la advocación de la Virgen del Rosario el 23 de octubre de 1730. Esta es ña fecha oficial de fundación del poblado, que de todos modos existía desde bastante antes 25 de junio de 1813

El 25 de junio de 1813 alcanzó la categoría de villa, denominada “Nuestra Señora del Rosario del Paraná, y desde 1822 es capital de la Provincia de Entre Ríos, salvo una etapa en que éste estuvo en Concepción del Uruguay.

Entre el 24 de marzo de 1854 y el 2 de diciembre de 1861, Paraná fue capital de la Confederación Argentina hasta que Buenos Aires fue designada capital del país en 1862. En 1883 con la reforma de la Constitución Provincial, Paraná recuperó el carácter de capital provincial, que había obtenido en 1822.

Entre sus principales edificios públicos están el palacio municipal de líneas europeas, uno de los más bellos del país, el Teatro Municipal “3 de Febrero” y la casa Gobierno.

Las construcciones de la gente común

El primer censo menciona que la mayoría de las viviendas, salvo excepciones, eran ranchos de adobe y paja, de las que por supuesto no queda nada.

A principios del siglo 19 había sólo 17 casas de ladrillo de tamaños variables según el gusto de los fabricantes

Las construcciones se hicieron más especializadas cuando Paraná dejó de ser habitada por una sociedad sencilla y pobre, y comenzó a hacerse más compleja con la aparición de estaciones ferroviarias, fábricas de hielo, construcciones portuarias, grandes edificios públicos desde que fue sede del gobierno, etc.

La construcción típica de los habitantes que hoy serían de clase media, y también de los más acomodados, era de adobe con techo de paja. No había aparecido aún una clase social con exigencias de casas más sólidas.

Testamentos de personalidades de entonces mencionan construcciones, por ejemplo, de tres piezas de adobe con techo de paja, a pesar de tratarse de personas con mas recursos que otros.

En Paraná no había entonces grandes fortunas; el que la tenía vivía en Santa Fe, donde había un centro administrativo y estaba a mano el cabildo y los recursos que una propiedad grande exigía.

Era característico de Paraná, una vez superada la etapa de ranchos pajizos, las casas con una gran puerta de madera de doble hoja, alta, al frente. Junto a ella una o dos grandes ventanas verticales. Luego las piezas en hilera, una detrás de la otra. Primero el zaguán, la sala o el vestíbulo, la galería y a lo largo de ella tres o cuatro piezas en hilera, un patio, el comedor, otro patio y finalmente la cocina y el baño. Esta construcción era normal y común ya en 1880, y se mantuvo casi hasta el túnel subfluvial que nació con el nombre del primer gobernante criollo de América, Hernandarias.

Otra característica es el sistema de cisternas, grandes bóvedas debajo de los patios donde se recogía el agua de lluvia y constituía la reserva de agua de la casa.

Las costumbres heredadas de la colonia, propias del sur de España y de Italia, y quizá por influencia árabe, imponían recibir a las visitas en la sala, la primera habitación, la más próxima a la calle. Sólo los íntimos de la familia podían acceder al interior, de modo que cuando más penetraba hacia el fondo más confianza e intimidad tenía una persona.

Hasta hace relativamente poco, se establecían naturalmente diversas categorías de novio. El de zaguán permanecía por así decir con un pie adentro y otro afuera de la casa, y sólo allí se le permitía conversar con la niña. Un gran paso adelante, o adentro, se producía cuando era admitido en la sala, donde ‘recibía’ la familia.

La vivienda popular paranaense revela cómo, a medida que pasa el tiempo, crece la población, los vecinos son más próximos, cambian las condiciones económicas, se generan clases verdaderamente ricas, y se producen innovaciones tecnológicas, la arquitectura cambia.

Paraná pasó de la casa predominantemente rural a otra urbana, por imposición más de los hechos que de las tradiciones. En el campo no hay vecinos y la casa puede abrirse a los cuatro lados y dispersar funciones.

En un lotecito, rodeado de vecinos, es preciso concentrarse e inventar una construcción diferente. Entonces se hizo preciso defender la intimidad, antes protegida sólo por la distancia, y crear cercos.
Siempre se mantuvo el sistema de habitaciones en chorizo, en hilera, pero no comunicadas por puertas interiores, sino por una galería semicubierta, las paredes de grandes ladrillos de adobe, los pisos de baldosas o de madera, los techos muy altos de tejuela.

En 1840 comienza a popularizarse el vidrio, aunque todavía en paños muy chicos, porque era caro y difícil de transportar. Antes de que los herrajes fueran populares, se usaban grandes trabas interiores de madera, verdaderas vigas cruzadas detrás de las puertas que oficiaban de cerradura.

Los elementos de confort, que al comienzo parecen suntuarios, se hacen poco a poco de uso común, se popularizan y dejan de ser suntuarios para convertirse en normales, indispensables.

En Paraná no hubo mansiones, cuyos propietarios, por ricos que sean, no se diferenciaran a través de sus viviendas del resto de la población. Quizá no estaba muy marcada la diferencia de clases o quienes tenían dinero no estimaban necesario marcar la diferencia mediante una expresión arquitectónica.

Las cosas han cambiado. Ahora sí podemos ver viviendas ostentosas con las que los ricos, sobre todo los nuevos ricos, quieren hacer notar desde lejos la opulencia recién lograda y marcar fuertes diferencias más que con sus congéneres, con su propio pasado.

Sólo les queda esperar que sus hijos disipen con alegría lo que ellos reunieron con pena o que el tiempo convierta a la familia en rica vieja.

Los techos de paja tenían buenas características, pero hoy la gente no los quiere ni los aprecia. Han vuelto en algunas casas quinta, en los quinchos, pero quizá sólo como tibio homenaje a la tradición o rasgo decorativo, y siempre que la vivienda tenga detalles de confort suficientes.

En las casas antiguas, a diferencia de lo que se usa hoy, no había mucha madera expuesta, porque el clima local obliga a un mantenimiento permanente y caro. La carpintería se pintaba, pues era la mejor forma de protegerla, a pesar de que los restos de demolición muestran que la carpintería de entonces era mucho mejor que la de ahora.

La moda ahora es madera a la vista, que al año se arquea o se blanquea por el sol. Ahora construimos en desafío al clima, antes se lo respetaba quizá por necesidad, o por la sabiduría que da un contacto más abierto con el medio.

La gente común encargaba el trabajo de construcción de sus viviendas a un albañil, que casi siempre era italiano y hacía lo que sabía. Resultó así Paraná una ciudad de estilo “italianizante”, casi sin saberlo, porque los frentes de sus casas expresaban la técnica, el gusto, y la habilidad profesional traídas de la patria peninsular con sus constructores cuando emigraron de ella.

Fuente : AIM

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