Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía:
“¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?
¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.
Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”.
Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.
Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
Amén y ¡ adelante !
Hoy es la fiesta de San Pablo Miki y compañeros mártires en Japón
Camino a su muerte, los mártires del Japón entonaban alabanzas a Dios. Cuando llegaron a Nagasaki (Japón), fueron crucificados y San Pablo Miki predicó: “Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico”. Su fiesta es el 6 de febrero.
San Pablo Miki, oriundo del mismo Japón, nació en 1566 en una familia pudiente. Recibió educación con los jesuitas y más adelante se integró a la Compañía de Jesús. Siendo sacerdote, se convirtió en un gran predicador.
Por ese entonces se recrudeció la persecución contra los cristianos y los misioneros, en vez de huir, se escabullían para seguir ayudando a los cristianos. El P. Pablo Miki fue apresado junto con otros cristianos.
Los perseguidores les cortaron la oreja izquierda a los 26 y luego, ensangrentados, los hicieron caminar de pueblo en pueblo en pleno invierno, con la finalidad de atemorizar a los que pretendían hacerse católicos.
En Nagasaki, los laicos del grupo pudieron confesarse con los sacerdotes y luego todos fueron crucificados. Se les ató con cuerdas y cadenas en piernas y brazos. Además, los sujetaron al madero con una argolla de hierro al cuello.
Algunos testigos de su martirio relataron que “una vez crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia de todos. Los sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a Jesucristo y la salvación de las almas”.
Los mártires, conformados por jesuitas, franciscanos y laicos (adultos, muchachos y niños), en ese momento cantaban, rezaban e invocaban a Jesús, María y José. También aconsejaban a los presentes a que se mantuvieran fieles a la santa religión siempre.
“Mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar”, dijo San Pablo Miki.
Luego, mirando a sus compañeros, San Pablo daba ánimos a sus compañeros. En los rostros de los mártires se veía una gran alegría de dar su vida por Dios.
Finalmente, los verdugos sacaron sus armas y traspasaron dos veces con sus lanzas a cada uno de los crucificados. Murieron el 5 de febrero de 1597.
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