Dios en la Tierra

Hoy el santoral celebra a Santa Catalina de Siena

29 Abril. Jueves de la cuarta semana de Pascua. El santoral celebra a Santa Catalina de Siena y a San Roberto de Molesme.

Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,13-25.

Desde Pafos, donde se embarcaron, Pablo y sus compañeros llegaron a Perge de Panfilia. Juan se separó y volvió a Jerusalén,
pero ellos continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron.
Después de la lectura de la Ley y de los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: “Hermanos, si tienen que dirigir al pueblo alguna exhortación, pueden hablar”.
Entonces Pablo se levantó y, pidiendo silencio con un gesto, dijo: “Escúchenme, israelitas y todos los que temen a Dios.
El Dios de este Pueblo, el Dios de Israel, eligió a nuestros padres y los convirtió en un gran Pueblo, cuando todavía vivían como extranjeros en Egipto. Luego, con el poder de su brazo, los hizo salir de allí
y los cuidó durante cuarenta años en el desierto.
Después, en el país de Canaán, destruyó a siete naciones y les dio en posesión sus tierras,
al cabo de unos cuatrocientos cincuenta años. A continuación, les dio Jueces hasta el profeta Samuel.
Pero ellos pidieron un rey y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años.
Y cuando Dios desechó a Saúl, les suscitó como rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad.
De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús.
Como preparación a su venida, Juan había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel.
Y al final de su carrera, Juan decía: ‘Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene aquel a quien yo no soy digno de desatar las sandalias’.

Salmo 89(88),2-3.21-22.25.27.

Cantaré eternamente el amor del Señor,
proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones.
Porque tú has dicho:
«Mi amor se mantendrá eternamente,

mi fidelidad está afianzada en el cielo.»
«Encontré a David, mi servidor,
y lo ungí con el óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él

y mi brazo lo haga poderoso.»
Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán,
su poder crecerá a causa de mi Nombre:
El me dirá: «Tú eres mi padre,

mi Dios, mi Roca salvadora.»

Evangelio según San Juan 13,16-20.

Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
“Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.
Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió”.

Hoy es fiesta de Santa Catalina de Siena

“Si somos lo que debemos ser, prenderemos fuego al mundo entero”, escribió alguna vez Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia. Catalina fue integrante de la Tercera Orden de Santo Domingo, gran defensora del Papado y Copatrona de Europa.

Catalina nació en Siena (Italia) en 1347. Sus padres eran personas muy piadosas y, por eso, ella empezó a entablar una relación personal muy peculiar con Dios desde pequeña. El calor de la vida familiar fue para Catalina el inicio del conocimiento de ese “calor” con el que Dios enciende de amor los corazones de sus hijos. Gustaba mucho de la oración y aprender las cosas de Dios. A los siete años, le prometió a Cristo que permanecería virgen toda la vida, porque quería vivir solo para Él. Años más tarde, en contra de su deseo, su padres intentaron comprometerla para casarla, pero ella mantuvo la promesa hecha al Señor. A pesar de su juventud, entendía muy bien que para algo especial la había destinado Dios.

Una expresión clave de su vida consagrada fue su compromiso con los que sufren. Aprendió a ver en cada persona sufriente el rostro de Cristo, y a animar a que otros también se pongan al servicio de los demás. La vida entera de Catalina, por eso, quedó vinculada a los pobres y enfermos para siempre. Ella no dejó que crecieran en su corazón los conflictos entre la oración mística y la acción. Jesús se había convertido en su maestro en darle a cada cosa su tiempo.

A los 18 años, Catalina recibió el hábito de la tercera orden de Santo Domingo. Asumió como tarea encarnar la espiritualidad dominica en la vida secular. En ese esfuerzo, Catalina sufrió numerosas dificultades y tentaciones. Muchas veces los ataques del demonio arreciaron, y no pocas veces eso fue causa de dolor y confusión. Pero también Catalina se sabía frágil, así que aprendió a reconocer que toda fortaleza viene de lo alto.

En 1366, Santa Catalina experimentó el “matrimonio místico” con Cristo. Estaba en su habitación orando cuando vio al Señor Jesús acompañado de su Madre y un cortejo celestial frente a sí. La Virgen María tomó su mano y la condujo hacia la de su Hijo, quien le puso un anillo, haciéndola su esposa y le manifestó que estaría bajo su cuidado y protección el resto de sus días, ya que el camino que le tocaba a la joven era el de Cruz.

Posteriormente llegarían tiempos muy duros. Brotó una gran peste en Europa y decenas de miles murieron. La Santa siempre se mantuvo a lado de los enfermos, la mayoría de veces, preparándolos para la muerte. En esos días aciagos, Catalina no le mezquinó nada a Dios, incluso cuando alguno entre los que atendía la ofendió o trató mal. La paciencia y dulzura de Catalina logró derribar muchas murallas -de esas que aíslan los corazones- de manera que Cristo pudo ingresar en ellos y dar su salvación. El trabajo de Dios no le resultaba sencillo, pero ella se refugiaba cada vez que podía en la oración, de la que se nutría y fortalecía.

Otros grandes retos tuvo que enfrentar la Santa en su vida. Catalina tenía el don de reconciliar hasta a los peores enemigos, sea a fuerza de persuasión, sea a fuerza de oración. Tenía la profundidad de quien reconoce el interior del que tiene enfrente y penetra el alma. Por eso, Dios le encomendó la tarea que la haría una de las mujeres más célebres de la historia.

Su misión se desarrolló en la época de los Papas de Avignon (Francia). Su virtud y santidad la convirtieron en protectora de la Sede de Pedro. En tiempos de Papas y antipapas, ella fue la que devolvió personalmente el orden a la Iglesia: allí cuando el Papa titubeaba, por miedo a las conspiraciones políticas o a los juegos de poder, la voz de la Santa se alzaba para encenderlo todo. Así, Catalina trabajó incansablemente por años y años procurando la unidad de la Iglesia en tiempos en los que la amenaza de un nuevo cisma asolaba al Cuerpo místico de Cristo.

El Papa Gregorio XI hizo una promesa en secreto a Dios de que abandonaría Avignon y regresaría a Roma. Sin embargo, nuevas dudas y temores le apagaron el corazón. Al recurrir a Catalina en busca de consejo, ella le dijo: “Cumpla con su promesa hecha a Dios”. El Pontífice se quedó sorprendido porque no le había dicho nada a nadie sobre lo prometido a Dios. Más adelante, el Santo Padre, impulsado por la fuerza arrolladora de Catalina, llegaría a cumplir su promesa y volver a la Ciudad Eterna.

Posteriormente, durante el pontificado de Urbano VI, los cardenales se distanciaron del Papa por su mal temperamento y declararon nula su elección, designando a Clemente VII como su reemplazo. El procedimiento seguido con él estuvo lleno de vicios e injusticia, y las cosas se pusieron aún peor cuando Clemente decidió residir en Avignon. Santa Catalina envió cartas a los cardenales rechazando su conducta y los obligó a reconocer al auténtico Pontífice.

La Santa también escribió a Urbano VI exhortándolo a llevar con temple y gozo las dificultades que acarrea el gobierno de la Iglesia. Santa Catalina luego visitaría Roma, a pedido del Papa, quien siguió cada una de sus instrucciones. La Santa también escribió a los reyes de Francia y Hungría para que dejen de conspirar y apoyar el cisma. Santa Catalina se había convertido en la gran defensora del papado.

Otra visión tuvo lugar. Jesús, de pie frente a ella, le mostró dos coronas, una de oro y otra de espinas, para que escoja. Ella le dijo: “Yo deseo, oh Señor, vivir aquí siempre conforme a tu pasión, y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite”. Luego tomó la corona de espinas y se la puso sobre la cabeza.

Santa Catalina murió súbitamente el 29 de abril de 1380 en Roma, con tan solo 33 años. El Papa Pablo VI la nombró Doctora de la Iglesia en 1970 y fue proclamada Copatrona de Europa por San Juan Pablo II en 1999, al lado de Santa Brígida de Suecia y Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Su fiesta se celebra cada 29 de abril.

“Aunque era hija de artesanos y analfabeta por no haber tenido estudios ni instrucción, comprendió, sin embargo, las necesidades del mundo de su tiempo con tal inteligencia que superó con mucho los límites del lugar donde vivía, hasta el punto de extender su acción hacia toda la sociedad de los hombres; no había ya modo de detener su valentía, ni su ansia por la salvación de las almas”, escribió San Juan Pablo II sobre Catalina en 1980, con motivo del VI centenario de su muerte.

 

 

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