Dios en la Tierra

Hoy el santoral recuerda a las Santas Justa y Rufina, patronas de Sevilla y de los alfareros

19 de julio. Lunes de la decimosexta semana del Tiempo Ordinario. 

Libro del Exodo 14,5-18.

Cuando informaron al rey de Egipto que el pueblo había huido, el Faraón y sus servidores cambiaron de idea con respecto al pueblo, y exclamaron: “¿Qué hemos hecho? Dejando partir a Israel, nos veremos privados de sus servicios”.
Entonces el Faraón hizo enganchar su carro de guerra y alistó sus tropas.
Tomó seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, con tres hombres en cada uno.
El Señor endureció el corazón del Faraón, el rey de Egipto, y este se lanzó en persecución de los israelitas, mientras ellos salían triunfalmente.
Los egipcios los persiguieron con los caballos y los carros de guerra del Faraón, los conductores de los carros y todo su ejército; y los alcanzaron cuando estaban acampados junto al mar, cerca de Pihajirot, frente a Baal Sefón.
Cuando el Faraón ya estaba cerca, los israelitas levantaron los ojos y, al ver que los egipcios avanzaban detrás de ellos, se llenaron de pánico e invocaron a gritos al Señor.
Y dijeron a Moisés: “¿No había tumbas en Egipto para que nos trajeras a morir en el desierto? ¿Qué favor nos has hecho sacándonos de allí?
Ya te lo decíamos cuando estábamos en Egipto: “¡Déjanos tranquilos! Queremos servir a los egipcios, porque más vale estar al servicio de ellos que morir en el desierto”.
Moisés respondió al pueblo: “¡No teman! Manténganse firmes, porque hoy mismo ustedes van a ver lo que hará el Señor para salvarlos. A esos egipcios que están viendo hoy, nunca más los volverán a ver.
El Señor combatirá por ustedes, sin que ustedes tengan que preocuparse por nada.
Después el Señor dijo a Moisés: “¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha.
Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie.
Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros.
Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros”.

Libro del Exodo 15,1b-2.3-4.5-6.

«Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria:
él hundió en el mar los caballos y los carros.
El Señor es mi fuerza y mi protección,
él me salvó.
El es mi Dios y yo lo glorifico,
es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.
El Señor es un guerrero,
su nombre es “Señor”.
El arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército,
lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo.
El abismo los cubrió,
cayeron como una piedra en lo profundo del mar.
Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza,
tu mano, Señor, aniquila al enemigo.

Evangelio según San Mateo 12,38-42.

Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: “Maestro, queremos que nos hagas ver un signo”.
El les respondió: “Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás.
Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón.”

Hoy es la fiesta de Santas Justa y Rufina, patronas de Sevilla y de los alfareros

Las Santas Justa y Rufina fueron dos hermanas nacidas en Sevilla en el siglo III, quienes murieron martirizadas en tiempos del emperador romano Diocleciano. Ellas se negaron a participar del culto de una imagen de barro que representaba a la diosa pagana Salambona.

Las dos santas nacieron entre los años 268 y 270, en Sevilla, Hispania, en los territorios de la península anexados al imperio. Formaron parte de una familia muy modesta pero de firmes costumbres y sólida fe cristiana.

Sus padres fallecieron cuando eran muy niñas, por lo que el Obispo de la ciudad, muy amigo de la familia, las solía visitar para animarlas a perseverar en la virtud y a que emprendieran un oficio que les sirviera para ganarse la vida honradamente.

Las hermanas empezaron a vender recipientes de cerámica y, para fortalecer su fe, oraban constantemente y no dejaban de asistir a la Eucaristía. Eran caritativas con todos, especialmente con los pobres; daban testimonio de su fe frente a los paganos y rezaban por su conversión. Siempre que tenían ocasión, anunciaban el Evangelio de Cristo y enseñaban las verdades de la fe a los gentiles.

El año 287, durante las fiestas en honor a Venus, unas mujeres que recorrían las calles de la ciudad con un ídolo de la diosa Salambona en sus hombros, les pidieron a Justa y Rufina una limosna para la festividad y que adoraran al ídolo. Ambas se negaron a entregar dinero y rechazaron adorar a la imagen, provocando la ira de los idólatras que se lanzaron contra ellas.

Diogeniano, prefecto de Sevilla, las tomó prisioneras, las interrogó y las amenazó con crueles tormentos si persistían en la religión cristiana. Por su parte, las Santas se opusieron a renegar de su fe y reafirmaron que ellas solo adoraban a Jesucristo.

“Eso que vos llamáis la diosa Salambona, no era más que un despreciable cacharro de barro cocido; nosotras adoramos al único Dios verdadero que está en los Cielos, y a su Hijo Jesucristo que se hizo hombre y murió por nosotros para salvarnos de nuestros pecados…”, dijeron las mujeres.

Después de crueles torturas, Santa Justa murió a causa del debilitamiento, encerrada en una celda sin agua ni alimento; Santa Rufina, por su lado, fue degollada por orden de Diogeniano.

A ambas se les nombró Patronas de Sevilla y de los gremios de alfareros y cacharreros. Sus restos se veneran en Sevilla desde el tiempo de su martirio hasta la llegada de los musulmanes en 711, cuando fueron escondidos para su protección.

El siglo pasado fueron descubiertos sus restos en Alcalá de los Azules, en Cádiz. Hasta hoy, bajo la iglesia de la Trinidad en Sevilla, se conservan las celdas donde Justa y Rufina fueron encerradas y torturadas.

 

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