Dios en la Tierra

Hoy el santoral recuerda a San Francisco de Gerónimo

11 de mayo. Martes de la sexta semana de Pascua.

Libro de los Hechos de los Apóstoles 16,22-34.

La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran.
Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado.
Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban las alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban.
De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.
El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían escapado.
Pero Pablo le gritó: “No te hagas ningún mal, estamos todos aquí”.
El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas.
Luego los hizo salir y les preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?”.
Ellos le respondieron: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia”.
En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia.
Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios.

Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.7c-8.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo.

y daré gracias a tu Nombre
por tu amor y tu fidelidad.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.

y tu derecha me salva.
El Señor lo hará todo por mí.
Tu amor es eterno, Señor,
¡no abandones la obra de tus manos!

Evangelio según San Juan 16,5-11.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
“Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’.
Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí.
La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.”

Hoy la Iglesia celebra a San Francisco de Gerónimo, misionero jesuita

San Francisco de Gerónimo fue un misionero jesuita al que llamaban “el apóstol de Nápoles”; célebre por su incansable trabajo en favor de la conversión de los pecadores, a quienes buscó a ejemplo del Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida. Francisco abrió su corazón para que Dios infunda en él amor por los pobres, los enfermos y los oprimidos. Ese corazón que el Señor moldeó anunció su Palabra a tiempo y a destiempo, mediante la palabra y la acción.

Francisco de Gerónimo nació el 17 de diciembre de 1642 en Grottaglie, una ciudad del sur de Italia. A los 16 años entró al colegio de Tarento, donde permaneció bajo la tutela de la Compañía de Jesús. En aquel lugar estudió humanidades y filosofía, y tuvo tanto éxito con los estudios que el obispo lo envió a Nápoles para que asistiera a conferencias de Teología Canónica en el famoso colegio Gesu Vecchio, que por aquel entonces rivalizaba con las más grandes universidades de Europa.

El 1 de julio de 1670 ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús. Al final de su primer año de prueba, fue enviado como misionero a un lugar cercano al municipio italiano de Otranto, para poner en práctica su habilidad para la oratoria o la predicación. Allí confirmó su llamado a ser una voz que anuncie la alegría del Evangelio.

Después de 4 años de predicación en pequeños pueblos y de culminar sus estudios de teología, sus superiores lo nombraron predicador de la iglesia del Gesú Nuovo en Nápoles. Sus sermones elocuentes, breves y enérgicos, llegaron a conmover a muchos, removiendo las conciencias estancadas y despertando el sentido de la fe. Muchas conversiones obró el Señor a través de sus palabras, especialmente de personas que tenían el corazón endurecido y no sentían culpa alguna por sus malas obras.

En algunas ocasiones pasó por no menos de 5 aldeas en un solo día, predicando en calles, plazas públicas e iglesias. La gente que lo conocía llegó a decir que convertía por lo menos a unos 400 pecadores al año.

Una de sus obras de caridad habituales fueron visitar hospitales y cárceles. Y más de una vez fue en busca de algún alma perdida en algún antro. Eso le valió más de una paliza o maltrato, pero no por eso dejó de insistir en el llamado a la conversión, sabiéndose él mismo un pecador perdonado.

San Francisco murió a los 74 años de edad y fue sepultado en la Iglesia de la Compañía de Nápoles. Fue beatificado en 1758 por Benedicto XIV y canonizado en 1839 por el Papa Gregorio XVI. (Fuente : ACI)

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