Dios en la Tierra

Hoy se celebra a San Juan Bautista de La Salle, patrono de los educadores

07 Abril. Miércoles de la Octava de Pascua. El santoral recuerda a San Juan Bautista de la Salle y a San Ciriaco Nicomedia.

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,1-10.

En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde.
Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada “la Hermosa”, para pedir limosna a los que entraban.
Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: “Míranos”.
El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo.
Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina”.
Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos.
Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios.
Toda la gente lo vio camina y alabar a Dios.
Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada “la Hermosa”, y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido.

Salmo 105(104),1-2.3-4.6-7.8-9.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas!

¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro!

Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos.

El se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac.

Evangelio según San Lucas 24,13-35.

Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”.
“¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron”.
Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”.
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”.
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Hoy se celebra a San Juan Bautista de La Salle, patrono de los educadores

“La gracia que se os ha concedido de enseñar a los niños, de anunciarles el Evangelio y de educar su espíritu religioso es un gran don de Dios”. Estas vivas palabras pertenecen a San Juan Bautista de la Salle, fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (lasallistas o lasallanos) y patrono de los educadores. Su fiesta se celebra cada 7 de abril.

San Juan Bautista de la Salle nació en Reims (Francia) en 1651. Su familia gozaba de cierta solvencia económica, por lo que él recibió una buena educación, lamentablemente algo a lo que el común de chicos de su edad no accedía en ese entonces.

Fue precisamente a través de sus estudios como Juan Bautista empezó a conocer mejor su fe católica y a interesarse también por el conocimiento en general. Concluidos sus primeros esfuerzos académicos, se graduó como Maestro en Artes, y descubriría que Dios lo llamaba a servirlo a través del sacerdocio. Es así como decidió presentarse al Seminario de San Sulpicio, en París, donde fue admitido. Menuda tarea le encomendó Dios a sus cortos 19 años, ya que sus padres murieron y tuvo que compartir su tiempo entre la formación sacerdotal y la responsabilidad de velar y asegurar la educación de sus hermanos menores.

Los años pasaron y Juan Bautista quedó listo para ser ordenado sacerdote. De esta manera, recibió el sagrado orden cumplidos los 27. El joven sacerdote, gracias a su carisma e inteligencia, hacía presagiar una prometedora carrera eclesiástica. Sin embargo, él, en lo profundo del corazón, se sentía llamado a otras cosas. Dios le iría mostrando el camino del servicio a los más pobres y las múltiples necesidades y carencias que sufren los que menos tienen, en especial los más pequeños. Conmovido por esa realidad, al Padre Juan Bautista se le ocurrió la idea de reunir un grupo de maestros laicos y brindarles formación humana, pedagógica y cristiana para que estén mejor preparados para ejercer la docencia. Estaba convencido de que a través de una buena educación los seres humanos podemos florecer en la virtud con mayor facilidad y agradar a Dios transformando la sociedad.

El 24 de junio de 1681, Juan Bautista de La Salle y sus maestros se reunieron para vivir juntos en una casa alquilada, hecho que marcaría el inicio de lo que conocemos hoy como la Congregación de Hermanos de las Escuelas Cristianas o Institutum Fratrum Scholarum Christianarum.

El Padre Juan Bautista y su nueva comunidad empezaron con una serie de reformas educativas consideradas hitos en la historia de la pedagogía. El Santo introdujo la enseñanza en grupo para los niños -en ese momento se instruía a cada niño por separado-, fundó una escuela gratuita en París para muchachos pobres y abrió dos universidades dedicadas a la formación de maestros: una en Reims y la otra en Saint-Denis.

En 1686, en el contexto de una terrible hambruna en Francia, ocho de sus seguidores emitieron sus primeros votos en su instituto religioso y el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen, consagró su comunidad a la Madre de Dios.

San Juan Bautista solía viajar largos trechos a pie para visitar distintos pueblos y ciudades, llamando a amar con mayor fervor a Cristo y a su Iglesia, al tiempo que organizaba o apoyaba distintas iniciativas dedicadas a la formación del pueblo cristiano. La gente en gratitud a su dedicación le brindaba alojamiento y alimento. El Santo trabajaba tan duro que, se suele decir, su sotana y su manto empezaron a reflejar la intensidad de su dedicación: ambas estaban gastadas y descoloridas; pero dejaban entrever una figura novedosa: la del “trabajador de la educación” que era santo, que en su sencillez refleja mejor a Cristo.

Aunque el trabajo evangelizador era arduo, el padre Juan Bautista no dejaba de rezar. Por el contrario, pasaba muchas horas en oración e insistía a sus hermanos en que el éxito educativo se consigue con oración y más oración. Solía repetir que la labor de un educador es orar, dar buen ejemplo y tratar a todos como Cristo lo recomendó en el Evangelio: “hagan a los demás todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros”.

El 7 de abril de 1719, día de Viernes Santo, San Juan Bautista de La Salle partió a la Casa del Padre. Sus últimas palabras fueron: “Adoro en todo la voluntad de Dios para conmigo”. Fue canonizado el 24 de mayo de 1900, día de la Virgen, y medio siglo más tarde, el 15 de mayo de 1950, fue nombrado Patrono de los educadores.

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