Dios en la Tierra

Hoy se conmemora a 233 mártires de la guerra civil española

22 de septiembre. Miércoles de la vigesimoquinta semana del Tiempo Ordinario.

Libro de Esdras 9,5-9.

Entonces me levanté, y con la túnica y el manto desgarrados, caí de rodillas, extendí las manos hacia el Señor, mi Dios,
y dije: “Dios mío, estoy tan avergonzado y confundido que no me atrevo a levantar mi rostro hacia ti. Porque nuestras iniquidades se han multiplicado hasta cubrirnos por completo, y nuestra culpa ha subido hasta el cielo.
Desde los días de nuestros padres hasta hoy, nos hemos hecho muy culpables, y a causa de nuestras iniquidades, nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes, fuimos entregados a los reyes extranjeros, a la espada, al cautiverio, al saqueo y a la vergüenza, como nos sucede en el día de hoy.
Pero ahora, hace muy poco tiempo, el Señor, nuestro Dios, nos ha concedido la gracia de dejarnos un resto de sobrevivientes y de darnos un refugio en su Lugar santo. Así nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos y nos ha dado un respiro en medio de nuestra esclavitud.
Porque nosotros estamos sometidos; pero nuestro Dios no nos ha abandonado en medio de la servidumbre. El nos obtuvo el favor de los reyes de Persia, para animarnos a levantar la Casa de nuestro Dios y restaurar sus ruinas, y para darnos una muralla en Judá y en Jerusalén.

Libro de Tobías 13,2.3-4a.4bcd.5.8cdef.

Porque él castiga y tiene compasión,
hace bajar hasta el Abismo
y hace subir de la gran Perdición,
sin que nadie escape de su mano.
¡Celébrenlo ustedes, israelitas,
delante de todas las naciones!
Porque él los ha dispersado
en medio de ellas,
pero allí les ha mostrado su grandeza.
Exáltenlo ante todos los vivientes
porque él es nuestro Señor, nuestro Dios y nuestro Padre,
él es Dios por todos los siglos.
Él los castiga por sus iniquidades,
pero tendrá compasión de todos ustedes,
y los congregará de entre todas las naciones
por donde han sido dispersados.
Yo lo celebro en el país del destierro,
y manifiesto su fuerza y su grandeza a un pueblo pecador.
¡Conviértanse, pecadores,
y practiquen la justicia en su presencia!
¡Quién sabe si él no les será favorable
y tendrá misericordia de ustedes!
Yo lo celebro en el país del destierro,
y manifiesto su fuerza y su grandeza a un pueblo pecador.
¡Conviértanse, pecadores,
y practiquen la justicia en su presencia!
¡Quién sabe si él no les será favorable
y tendrá misericordia de ustedes!
Yo lo celebro en el país del destierro,
y manifiesto su fuerza y su grandeza a un pueblo pecador.
¡Conviértanse, pecadores,
y practiquen la justicia en su presencia!
¡Quién sabe si él no les será favorable
y tendrá misericordia de ustedes!
Yo lo celebro en el país del destierro,
y manifiesto su fuerza y su grandeza a un pueblo pecador.
¡Conviértanse, pecadores,
y practiquen la justicia en su presencia!
¡Quién sabe si él no les será favorable
y tendrá misericordia de ustedes!

Evangelio según San Lucas 9,1-6.

Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.
Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos,
diciéndoles: “No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.
Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.
Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”.
Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.

Hoy se conmemora a 233 mártires de la guerra civil española

Hoy, 22 de septiembre, la Iglesia recuerda al grupo de 233 mártires de la Guerra Civil española, acontecida entre 1936 y 1939. Ellos fueron beatificados por San Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001, en una ceremonia que quedó grabada para siempre en el alma de los católicos españoles. Aquella ceremonia contó con la asistencia de unas 25 mil personas.

Durante la ceremonia, el Santo Padre recordó la figura de José Aparicio Sanz, sacerdote diocesano de Valencia, cabeza del grupo de nuevos beatos: “Así vivieron y murieron José Aparicio Sanz y sus doscientos treinta y dos compañeros, asesinados durante la terrible persecución religiosa que azotó España en los años treinta del siglo pasado. Eran hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, padres y madres de familia, jóvenes laicos. Fueron asesinados por ser cristianos, por su fe en Cristo, por ser miembros activos de la Iglesia. Todos ellos, según consta en los procesos canónicos para su declaración como mártires, antes de morir perdonaron de corazón a sus verdugos” (Homilía de la ceremonia de beatificación de los Siervos de Dios José Aparicio Sanz y 232 compañeros mártires en España).

No solo llama la atención el número tan grande de beatificaciones celebradas en una misma ceremonia, también conmueve la heterogeneidad o diversidad del grupo de mártires -algo que fue resaltado por el Papa-. Todos ellos estaban unidos por la fe en Jesucristo y el amor a los hermanos; lejos de todo tipo de compromiso ideológico, pero cerca del corazón de la Iglesia. Esa diversidad incluye a hombres y mujeres con distintos estados de vida y de toda procedencia social:

“… Treinta y ocho sacerdotes de la Archidiócesis de Valencia, junto con un numeroso grupo de hombres y mujeres de la Acción Católica también de Valencia; dieciocho dominicos y dos sacerdotes de la Archidiócesis de Zaragoza; cuatro Frailes Menores Franciscanos y seis Frailes Menores Franciscanos Conventuales; trece Frailes Menores Capuchinos, con cuatro Religiosas Capuchinas y una Agustina Descalza; once Jesuitas con un joven laico; treinta y dos Salesianos y dos Hijas de María Auxiliadora; diecinueve Terciarios Capuchinos con una cooperadora laica; un sacerdote dehoniano; el Capellán de Colegio La Salle de la Bonanova, de Barcelona, con cinco Hermanos de las Escuelas Cristianas; veinticuatro Carmelitas de la Caridad; una Religiosa Servita; seis Religiosas Escolapias con dos cooperadoras laicas provenientes éstas últimas del Uruguay y primeras beatas de ese País latinoamericano; dos Hermanitas de los Ancianos Desamparados; tres Terciarias Capuchinas de Nuestra Señora de los Dolores; una Misionera Claretiana; y, en fin, el joven Francisco Castelló i Aleu, de la Acción Católica de Lleida” (Homilía de la ceremonia de beatificación de los Siervos de Dios José Aparicio Sanz y 232 compañeros).

Vale la pena resaltar -tal y como lo hizo San Juan Pablo II en su momento- algunos de los conmovedores testimonios mencionados el día de la beatificación de los 233. El primero de ellos es el de María Teresa Ferragud, anciana que fue arrestada a los ochenta y tres años de edad junto a sus cuatro hijas, todas religiosas contemplativas. El 25 de octubre de 1936, fiesta de Cristo Rey, María Teresa pidió acompañar a sus hijas al martirio y ser ejecutada en último lugar -quiso acompañarlas una a una mientras entregaban la vida, y de esa manera alentarlas, hasta el último instante, a no temer morir por la fe. Sus propios verdugos, después de presenciar lo que aquella madre había hecho, llegaron a exclamar: “Esta es una verdadera santa”.

Otra historia ejemplar es la de Francisco Alacreu, joven “de veintidós años, químico de profesión, y miembro de la Acción Católica, que consciente de la gravedad del momento no quiso esconderse, sino ofrecer su juventud en sacrificio de amor a Dios y a los hermanos, dejándonos tres cartas, ejemplo de fortaleza, generosidad, serenidad y alegría, escritas instantes antes de morir a sus hermanas, a su director espiritual y a quien fuera su novia”. Finalmente, está la historia del recién ordenado sacerdote Germán Gozalbo, de veintitrés años, fusilado sólo “dos meses después de haber celebrado su primera Misa” (Homilía de la ceremonia de beatificación de los Siervos de Dios José Aparicio Sanz y 232 compañeros).

Entre los 233 también estuvo el Beato José Calasanz Marqués, quien fuera misionero salesiano en Cuba.

Indudablemente, estos beatos dieron firme “testimonio de serenidad y esperanza cristiana”. Para nosotros, ellos constituyen causa de aliento y confirmación de nuestra fe. Aquellos hombres y mujeres amaron de manera extraordinaria, a pesar de que fueron víctimas del “odio a la fe” -aún presente en nuestros días-. Ellos dejaron una prueba fehaciente más de que el amor y el perdón no son solo posibles, son reales.

Junto a estos 233 recordemos a todos los mártires de la Iglesia, a los conocidos y a los anónimos, a los de ayer y, sin duda, también a los de hoy.

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