Podemos afirmar que no hay cooperativa sin democracia.
De hecho es el segundo principio de la cooperación universal. ”Gestión democrática”, lo dice todo. Los Pioneros de Rochdale, arrancaron practicándolo. Decidieron de este modo las autoridades y su formalidad de la que sería la primera cooperativa moderna, en cuya institucionalidad se establecieron los valores éticos, la aprobación de los mismos y la forma administrativa de la nóvel empresa solidaria, que se convirtió en la estrella polar del Movimiento en todo el mundo. Hay un antes y un después de la experiencia rochdaleana, iniciada en 1844, cuya duración perdura en la actualidad.
La democracia ha sido, es y será, con la libertad y la educación, el trípode ideológico y doctrinario esencial de esta forma de administrar la economía. El cooperativismo puso sobre el tapete con meridiana claridad que la economía no es sólo capitalista de mercado o centralizada por el Estado, ni tampoco una experiencia mixta al servicio del populismo.En las cooperativas la economía es una herramienta en función del pueblo y no al revés. Acá no se prioriza la libertad sobre la justicia ni viceversa, las dos van juntas en simultáneo. Lo cual es garantizado por el ejercicio plenos de la libertad, por el imperio de la equidad y por la práctica permanente de la democracia.
Un asociado = 1 voto. A tal punto que en las asambleas, donde los asociados tienen la oportunidad de ejercer su pertenencia a la empresa, donde pueden elegir o ser elegidos en la ocupación de cargos, donde se resuelven los problemas que trascienden el ámbito del Consejo de Administración y la Sindicatura, y se determina la política a seguir, si hubiese dos mociones encontradas, el Presidente de la Asamblea no desempata, porque la filosofía de esta manera de actuar no le otorga doble voto, como sí sucede habitualmente en organizaciones de otro carácter.
Lo importante es, en definitiva, que la empresa se desenvuelve de una manera igualitaria y equitativa, en tanto se trata de hacer valer la voluntad de sus integrantes. Se trata de esfuerzo propio para la ayuda mutua.
Para transitar este elevado sistema de administración económica es imprescindible la educación. Porque la democracia no opera si no se la entiende como la viabilidad del progreso, respetándose a rajatabla la libertad individual. Esto es lo que hace posible la economía social, sin privilegios, sin discriminaciones, pero sí con un alto sentido de la responsabilidad, sin amos ni sirvientes. Si se descuida esta esencialidad principista del cooperativismo, las cooperativas se debilitan y fracasan, en manos de especuladores externos o de camarillas internas.
La pureza democrática de las cooperativas es la coraza que permite su desarrollo, y la independencia de las demás organizaciones con las que operan en el mercado.
Es oportuno señalar que la neutralidad, por el camino de la libertad en democracia, pone al cooperativismo en una ejemplaridad fundamental para el desarrollo económico social de la comunidad.
por Pedro Aguer (*)
(*) Docente jubilado, cooperativista y militante radical
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