Dios en la Tierra

Hoy celebramos a San Roberto Belarmino, defensor de la Iglesia

Martes de la vigésima cuarta semana del Tiempo Ordinario. El santoral recuerda a San Roberto Belarmino

Primera Carta de San Pablo a Timoteo 3,1-13.

Es muy cierta esta afirmación: “El que aspira a presidir la comunidad, desea ejercer una noble función”.
Por eso, el que preside debe ser un hombre irreprochable, que se haya casado una sola vez, sobrio, equilibrado, ordenado, hospitalario y apto para la enseñanza.
Que no sea afecto a la bebida ni pendenciero, sino indulgente, enemigo de las querellas y desinteresado.
Que sepa gobernar su propia casa y mantener a sus hijos en la obediencia con toda dignidad.
Porque si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar la Iglesia de Dios?
Y no debe ser un hombre recientemente convertido, para que el orgullo no le haga perder la cabeza y no incurra en la misma condenación que el demonio.
También es necesario que goce de buena fama entre los no creyentes, para no exponerse a la maledicencia y a las redes del demonio.
De la misma manera, los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas.
Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura.
Primero se los pondrá a prueba, y luego, si no hay nada que reprocharles, se los admitirá al diaconado.
Que las mujeres sean igualmente dignas, discretas para hablar de los demás, sobrias y fieles en todo.
Los diáconos deberán ser hombres casados una sola vez, que gobiernen bien a sus hijos y su propia casa.
Los que desempeñan bien su ministerio se hacen merecedores de honra y alcanzan una gran firmeza en la fe de Jesucristo.

Salmo 101(100),1-2ab.2cd-3ab.5.6.

Celebraré con un canto la bondad y la justicia:
a ti, Señor, te cantaré;
expondré con sensatez el camino perfecto:
¿cuándo vendrás en mi ayuda?

Yo procedo con rectitud de corazón
en los asuntos de mi casa;
nunca pongo mis ojos
en cosas infames.

Al que difama en secreto a su prójimo
lo hago desaparecer;
al de mirada altiva y corazón soberbio
no lo puedo soportar.

Pongo mis ojos en las personas leales
para que estén cerca de mí;
el que va por el camino perfecto
es mi servidor.

Evangelio según San Lucas 7,11-17.

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.
Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”.
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”.
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”.
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

Amén

Hoy celebramos a San Roberto Belarmino, defensor de la Iglesia

“Considera auténtico bien para ti lo que te lleva a tu fin, y auténtico mal lo que te impide alcanzarlo”, escribió una vez San Roberto Belarmino, defensor de la Iglesia ante la reforma protestante, y cuya fiesta se celebra cada 17 de septiembre.

Roberto significa “el que brilla por su buena fama” y si algo hay que destacar de este Doctor de la Iglesia, nacido en Toscana en 1542, es que desde que estaba en el colegio de los jesuitas sobresalió por su inteligencia.

Asimismo, las enseñanzas de su madre en la humildad y sencillez repercutieron mucho en su personalidad. Ingresó a la Orden de los jesuitas y tuvo como formador a San Francisco de Borja. Fue ordenado sacerdote y continuó logrando las conversiones de muchos con sus predicaciones y enseñanzas.

A pedido del Papa preparó en Roma a los Sacerdotes para que supieran enfrentarse a los enemigos de la religión. Luego publicó su libro llamado “Controversias”, que llegó a ser de importante lectura hasta para San Francisco de Sales.

El Sumo Pontífice lo nombró Obispo y le mandó aceptar el cardenalato bajo pena de pecado mortal. Esto debido a que San Belarmino justamente se había hecho jesuita porque sabía que ellos tenían un reglamento que les prohibía aceptar títulos elevados en la Iglesia.

Durante su vida ejerció cargos de diplomacia. Dirigió una edición revisada de la Biblia Vulgata y escribió su “Catecismo resumido” y Catecismo explicado” que llegaron a ser traducidos a varios idiomas y con varias ediciones. Sirvió como director espiritual de San Luis Gonzaga, fue nombrado Arzobispo de Capua y casi llegó ser elegido Papa.

Poco antes de morir, escribió en su testamento que sus pertenencias fueran repartidas entre los pobres, pero lo que dejó sólo alcanzó para costear los gastos de su entierro. Se retiró al noviciado de San Andrés en Roma y allí partió a la Casa del Padre el 17 de diciembre de 1621.

En su libro “De ascencione mentis in Deum” (Elevación de la mente a Dios) se lee que “el sabio no debe ni buscar acontecimientos prósperos o adversos, riquezas y pobreza, salud y enfermedad, honores y ultrajes, vida y muerte, ni huir de ellos de por sí. Son buenos y deseables sólo si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna; son malos y hay que huir de ellos si la obstaculizan”.

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