Dios en la Tierra

Hoy se celebra a San Ambrosio de Milán, mentor de San Agustín y modelo de predicador

Cada 7 de diciembre, la Iglesia universal celebra a San Ambrosio, obispo de Milán, teólogo, Padre y Doctor de la Iglesia. Ambrosio fue hermano de Marcelina y Sátiro, también santos. Junto a San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno, San Ambrosio de Milán integra el grupo de los cuatro Padres de la Iglesia latina.

El aporte de este santo a la Iglesia es inmenso, y lo es en varios aspectos. El que más se suele subrayar es el concerniente a la doctrina. La obra de Ambrosio transita por diversos campos de la teología: moral, vida ascética, espiritualidad, dogmática, exegética; y en todos ellos destaca por su magnificencia.

Entre sus escritos más conocidos se encuentran los célebres comentarios a los Salmos, el Tratado sobre los misterios de Dios, y un conjunto de textos catequéticos sobre los sacramentos.

Con todo, quizás -si vale expresarlo así- el más grande “aporte” de Ambrosio fue haber intervenido personalmente en el proceso de conversión de San Agustín. La madre de este, Santa Mónica, le había pedido que se acerque a su hijo y lo oriente.

Al principio Augustín fue reticente, pero luego se sintió atraído por la sabiduría y elocuencia de Ambrosio. La solidez espiritual del obispo de Milán alimentó los cuestionamientos interiores del entonces joven y exitoso orador, quien terminó rindiéndose finalmente a la verdad de Dios.

Ambrosio nació en la ciudad de Tréveris, en la Galia de Bélgica, y vivió entre los años 340 y 397. Fue obispo de Milán y se convirtió en mentor de un joven San Agustín, a quien bautizó.

Antes de entregarse al servicio de Dios, estudió leyes y retórica en Roma (por sus méritos es considerado uno de los más excelsos oradores de la antigüedad clásica) para dedicarse luego al servicio público, tal y como hizo su padre.

Llegó a desempeñarse como gobernador de Emilia (Aemilia) y Liguria, en la parte norte de la península itálica. Establecido en Milán, dejó su cargo político de manera inesperada y le dio un giro a su vida poniendo al servicio de la Iglesia su penetrante inteligencia y habilidad retórica.

Es un célebre episodio, Ambrosio llegó a ser aclamado por la población de Milán y sus autoridades, quienes reconocían en él la capacidad para liderar a la comunidad cristiana. Sin embargo, el santo no aceptó el cargo de obispo que se le proponía, pues no era ni siquiera sacerdote en ese momento.

Al enterarse de lo sucedido, el emperador Graciano -quien sabía de su talento y virtud- emitió un decreto para que fuera ordenado obispo. Ambrosio, con el respaldo imperial, recibiría el orden sagrado prontamente y asumiría luego el cargo de obispo.

El santo, como pastor diligente, se dedicó a la ardua tarea de estudiar y comprender lo mejor posible las Sagradas Escrituras y contribuir al beneficio espiritual del rebaño que Dios le había confiado.

Compuso cantos (poemas) y discursos (sermones) notables. El mismo Agustín de Hipona dio fe en su propia obra de la grandeza de palabra y el poder de convencimiento que adornaron la predicación de Ambrosio. Aquellos dones le valdrían al obispo de Milán ganar muchas almas para Dios. Agustín en particular elogió siempre su tratado sobre la virginidad y la pureza.

Por otro lado, el obispo de Milán mantuvo por años un enfrentamiento con los arrianos, quienes habían enfrentado a los cristianos en torno a la tesis según la cual Cristo es una suerte de ‘naturaleza creada’. Con esto los arrianos se convirtieron de facto en enemigos del credo y la enseñanza de la Iglesia sobre la Trinidad.

Entre los arrianos se contaban autoridades civiles, pero también obispos y sacerdotes, quienes empezaron a reclamar para sí templos y prerrogativas.

Gracias a la mediación de San Ambrosio, los emperadores romanos moderaron posiciones y limitaron la influencia política y religiosa de los seguidores de Arrio.

San Ambrosio falleció al alba del Sábado Santo del año 397, el 4 de abril, a la edad de 57 años.

Ecos en nuestro tiempo

El 27 de abril del 2004, los restos de San Agustín de Hipona y San Ambrosio fueron reunidos en Milán por unos días tras 16 siglos de estar separados. Se trató de una ceremonia que congregó a cientos de feligreses. Dicho evento estuvo cargado de simbolismo: mucho del camino andado por la Iglesia reposa sobre la obra de estos santos y amigos.

En 2007 el Papa Emérito Benedicto XVI destacó el ejemplo de Ambrosio para quienes ejercen el anuncio de la Palabra:

«De la vida y del ejemplo del obispo San Ambrosio, San Agustín aprendió a creer y a predicar. Podemos referir un pasaje de un célebre sermón del Africano, que mereció ser citado muchos siglos después en la constitución conciliar Dei Verbum: “Todos los clérigos… especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse -aquí viene la cita de San Agustín- ‘predicadores vacíos de la Palabra, que no la escuchan en su interior’… San Ambrosio había aprendido esta “escucha en su interior”, esta asiduidad en la lectura de la sagrada Escritura, con actitud de oración (…) ».

8 datos sobre San Ambrosio que te pueden interesar

1. ¿Quién fue San Ambrosio?

San Ambrosio fue Obispo de Milán (Italia). Nació alrededor del año 338 y murió en el 397.

2. ¿Cómo fue nombrado obispo?

Él era un funcionario del gobierno. Sin embargo, a la muerte del obispo local, los católicos y los arrianos entraron en un conflicto vehemente sobre quién debería ser su sucesor.

Ambrosio estaba tratando de mantener la paz y calmar a los dos grupos, cuando alguien, supuestamente un niño pequeño, comenzó a gritar: “¡Ambrosio obispo!”.

Pronto, los dos grupos decidieron que Ambrosio debía ser el nuevo obispo.

Según escribe Akin, “aparentemente, los arrianos sintieron que, aunque Ambrosio era católico en sus creencias, sería un obispo más amable”.

El apologeta indica que “este conjunto de circunstancias es bastante extraordinario, pero aún más extraordinario es que Ambrosio ni siquiera era cristiano todavía. ¡Era un catecúmeno no bautizado!”.

3. San Ambrosio no quería ser obispo

Él no quería ser obispo, por lo que decidió ocultarse. Sin embargo, el emperador Valentiniano se enteró de lo ocurrido y decretó severas penas para quien le diera refugio.

Por lo tanto, se vio obligado a salir de su escondite y aceptar su ordenación como obispo. Rápidamente lo pasaron por los grados previos y recibió la consagración episcopal aproximadamente una semana después.

4. ¿Cómo le fue siendo obispo?

A San Ambrosio le fue muy bien como obispo, y ello ha contribuido a que fuese declarado Doctor de la Iglesia.

Dejó muchos escritos maravillosos, ayudó a convertir a San Agustín, combatió la herejía e introdujo en Occidente la lectio divina, una práctica que ha permanecido con nosotros hasta el día de hoy.

5. La lectio divina sirvió para su predicación

Benedicto XVI explicó que si bien San Ambrosio era culturalmente bien educado, al mismo tiempo carecía de conocimientos sobre las Escrituras, por lo que comenzó a estudiarlas, recurriendo para ello a las obras de Orígenes, el maestro indiscutible de la “Escuela de Alejandría”.

Así, San Ambrosio trasladó al ámbito latino la meditación sobre las Escrituras que había iniciado Orígenes, introduciendo en Occidente la práctica de la lectio divina.

Benedicto XVI afirmó asimismo que este método sirvió de guía para toda la predicación y para los escritos del Obispo de Milán, que surgieron precisamente de la escucha orante de la Palabra de Dios.

6. ¿Cómo ayudó San Ambrosio en la conversión de San Agustín?

Este episodio forma parte de una historia bastante dramática, en la que el Obispo de Milán se enfrentó al emperador arriesgando su propia vida.

El Papa Benedicto XVI recordó que, en sus Confesiones, San Agustín relata que llegó a Milán como profesor de retórica; era un escéptico y no cristiano.

Estaba buscando la verdad cristiana, pero no era capaz de encontrarla verdaderamente.

Lo que conmovió el corazón del joven retórico africano, escéptico y abatido, y lo que le impulsó a la conversión definitiva no fueron las espléndidas homilías de San Ambrosio, aunque las apreció profundamente, sino el testimonio del obispo y de la Iglesia en Milán, pues rezaban y cantaban como un solo cuerpo intacto.

Fue una Iglesia que pudo resistir las maniobras tiránicas del emperador y de su madre, quienes a principios del 386 exigieron nuevamente un edificio de la iglesia para las celebraciones de los arrianos.

En el edificio que iba a ser requisado, cuenta San Agustín, “la gente devota velaba, dispuesta a morir con su obispo”.

Este testimonio de las Confesiones es precioso, porque señala que algo se movía en San Agustín, quien continúa: “También nosotros, aunque espiritualmente tibios, compartimos la agitación de todo el pueblo”.

7. ¿Fue San Ambrosio notable en otros aspectos?

Fue notable en muchos sentidos. Uno de ellos hoy nos parecería sorprendente.

El Papa Benedicto XVI recordó que, en sus Confesiones, San Agustín hace notar que cada vez que iba a ver al Obispo de Milán, lo encontraba ocupado con una multitud de personas llenas de problemas y por cuyas necesidades se esforzaba al máximo.

Siempre había una larga cola esperando para hablar con San Ambrosio, buscando en él consuelo y esperanza.

Cuando el obispo no estaba con la gente, algo que sucedía por breves instantes, o bien reponía su cuerpo con las comidas necesarias o alimentaba su espíritu con la lectura.

Aquí, San Agustín se maravilla, porque San Ambrosio leía las Escrituras con la boca cerrada, sólo con los ojos. En los primeros siglos cristianos la lectura se concebía estrictamente para la proclamación, y hacerlo en voz alta también facilitaba su comprensión.

El hecho de que San Ambrosio pudiera leer sólo con los ojos sugirió al admirado San Agustín que el obispo tenía una rara habilidad para familiarizarse con la Biblia.

8. El consejo de San Ambrosio

San Ambrosio también le dio a Agustín un consejo muy famoso, que muchas personas citan hoy sin siquiera saber de dónde viene.

San Agustín notó que las costumbres litúrgicas en Roma eran diferentes a las que se usaban en otros lugares, y San Ambrosio le aconsejó: “Cuando estés en Roma, haz lo que hacen los romanos”.

Fuente: ACI

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