La estructura del congreso, dividida en dos salas, una destinada a disertantes técnicos y otra al ala política, parecía prometer un equilibrio necesario para abordar los desafíos y las oportunidades del maíz en nuestra región.
La cantidad de disertantes no necesariamente se tradujo en la calidad del congreso. Más bien, parecía haber un preocupante apuro por llenar la agenda con voces políticas o fines a la política, en detrimento de expertos técnicos que podrían haber aportado soluciones concretas a los desafíos de la producción de maíz en la región.
Es evidente que el gobierno de Entre Ríos, en comparación con las otras provincias que integran la Región Centro, ejerció un control desproporcionado sobre la organización del congreso, convirtiéndolo en un evento a medida de sus intereses pre-electorales. La falta de presencia extranjera también resulta llamativa y levanta interrogantes sobre si esta ausencia se utiliza como argumento para justificar los altos costos de los stands, que oscilaron entre 15 mil y 65 mil dólares. Queda la pregunta de cuánto le costó al gobierno entrerriano este protagonismo preelectoral.
En conclusión, el Congreso Internacional de Maíz, que tenía el potencial de ser una plataforma valiosa para el desarrollo de la cadena productiva de maíz en nuestra región, se vio lastrado por la politización y el sesgo político, lo que disminuyó su impacto y relevancia. En lugar de promover la innovación y la colaboración técnica, el evento se convirtió en un escaparate político en todo sentido hasta el manejo de la prensa y los medios afin, lo que también es motivo de preocupación. Es fundamental que en futuras ediciones se busque un equilibrio adecuado entre lo político y lo técnico para aprovechar todo el potencial que esta industria tiene para ofrecer.
Por Rosario Perrière
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