Dios en la Tierra

El santoral recuerda a Santo Domingo Savio

06 Mayo. Viernes de la 3ª de Pascua. El santoral recuerda a Santo Domingo Savio. Evangelio de hoy.

Libro de los Hechos de los Apóstoles 9,1-20.

Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote
y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres.
Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor.
Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”.
El preguntó: “¿Quién eres tú, Señor?”. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz.
Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer”.
Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie.
Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco.
Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.
Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una visión: “¡Ananías!”. El respondió: “Aquí estoy, Señor”.
El Señor le dijo: “Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo de Tarso.
El está orando y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para devolverle la vista”.
Ananías respondió: “Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus santos en Jerusalén.
Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre”.
El Señor le respondió: “Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel.
Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre”.
Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: “Saulo, hermano mío, el Señor Jesús -el mismo que se te apareció en el camino- me envió a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”.
En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado.
Después comió algo y recobró sus fuerzas. Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en Damasco,
y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.

Salmo 117(116),1.2.

¡Alaben al Señor, todas las naciones,
glorifíquenlo, todos los pueblos!

Porque es inquebrantable su amor por nosotros,
y su fidelidad permanece para siempre.

¡Aleluya!

Evangelio según San Juan 6,52-59.

Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”.
Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Hoy la Iglesia celebra a Santo Domingo Savio, el adolescente patrono de las embarazadas

Hoy, como cada 6 de mayo, la Iglesia Católica celebra a Santo Domingo Savio (Domenico Savio), el pequeño discípulo de San Juan Bosco en el Oratorio de San Francisco de Sales.

Domingo fue un santo precoz, dada su madurez espiritual, el único llevado a los altares con solo catorce años y sin haber pasado por el martirio.

“¡Quiero ser santo!”, exclamaba Santo Domingo Savio cada vez que se le presentaba una buena oportunidad para esforzarse. Este joven italiano es patrono de los niños que integran los coros de las iglesias alrededor del mundo y de todos aquellos que participan en el ministerio de la música.

También lo es de las embarazadas, gracias a que cumplió un encargo de la Virgen María, con el patrocinio de su preceptor, San Juan Bosco.

El Oratorio de San Francisco de Sales y la Compañía de María

Domingo Savio nació en San Giovanni da Riva, Piamonte, Italia, en 1842. Desde muy pequeño se sintió llamado al sacerdocio y, apenas conoció a Don Bosco en octubre de 1854, le pidió ingresar al Oratorio de San Francisco de Sales en Turín.

Allí organizó la Compañía de la Inmaculada, para la que escribió un reglamento que San Juan Bosco solo cambió ligeramente. Junto con sus compañeros de la Compañía frecuentaba los sacramentos, rezaba el Rosario, ayudaba en los quehaceres domésticos y cuidaba de los niños más difíciles. Además, mantenía siempre un espíritu alegre; le gustaba jugar y estudiar.

Don Bosco y Domingo

El primer biógrafo de Santo Domingo fue el propio Don Bosco. El fundador de los salesianos quiso conservar por escrito la vida aleccionadora y llena de amor del pequeño Domingo. Se dice incluso que la releía de vez en cuando y, cada vez que lo hacía, las lágrimas terminaban rodando por sus mejillas.

En aquella Vita (biografía), Don Bosco no solo relató aquellos pasajes de la vida de Domingo que podían revelar su madurez espiritual, sino también esas imágenes que se quedaron para siempre en su memoria, como las varias ocasiones en las que vio a Domingo arrobado después de recibir la Sagrada Comunión o de rodillas rezando en la capilla.

En la Vita de Santo Domingo se describe un episodio singular. Cierto día, Don Bosco encontró a Domingo en el coro del templo:

“Voy a ver –cuenta Don Bosco–, y hallo a Domingo que hablaba y luego callaba, como si diese lugar a contestación; entre otras cosas entendí claramente estas palabras: ‘Sí, Dios mío, os lo he dicho y os lo vuelvo a repetir: os amo y quiero seguir amándoos hasta la muerte. Si veis que he de ofenderos, mandadme la muerte; sí, antes morir que pecar’”.

Cuando Don Bosco le preguntó qué hacía en esos momentos, Domingo le contestó: “Es que a veces me asaltan tales distracciones que me hacen perder el hilo de mi oración, y me parece ver cosas tan bellas que se me pasan las horas en un instante”.

Intercesor de las mujeres en estado de buena esperanza

Durante el proceso de investigación llevado a cabo para su canonización, la hermana de Domingo, Teresa, narró que cierta vez el pequeño santo se presentó ante Don Bosco y le pidió permiso para ir a casa de su familia. Don Bosco le preguntó el motivo y el joven le contestó: “Mi madre está muy delicada y la Virgen la quiere curar”.

Entonces, el sacerdote le preguntó quién le había hecho llegar tales noticias, a lo que Domingo contestó que nadie, pero que él lo sabía con certeza. Don Bosco, que ya conocía de sus dones, le concedió el permiso y le dio dinero para el viaje.

El 12 de septiembre de 1856, cuando el muchacho llegó a ver a su madre en Mondonio, se percató de que estaba embarazada, pero que sufría de fuertes dolores. Domingo, acto seguido, la abrazó fuertemente, la besó y se sentó junto a ella para oírla. La madre le pidió que fuera inmediatamente con unos vecinos. Domingo, por supuesto, obedeció.

Al rato llegó el doctor y después de examinarla vio que la mujer estaba repuesta y lucía sana. Mientras el médico y algunas vecinas preparaban todo para que la madre diera a luz, quedó al descubierto alrededor del cuello de la mujer una cinta verde que estaba unida a una seda doblada y cosida como un escapulario. Era el presente que Domingo le había dado como signo de que la Virgen sería su compañía. Sin mayores contratiempos, ese día nació su hermana Catalina.

Después, Domingo le pediría a su madre que conservara el escapulario y que lo prestase a las mujeres del pueblo cada vez que lo necesiten. Así se hizo; y muchas de ellas obtuvieron gracias particulares por haber tenido puesto el escapulario de la Virgen.

“Prefiero morir antes que pecar” (Domingo Savio)

No pasaron muchos días más hasta que Domingo Savio emprendió el retorno hacia el oratorio salesiano. Lamentablemente no permanecería allí por mucho tiempo más. Su salud se resquebrajó al punto que los médicos se convencieron de que no sobreviviría. Aparentemente había contraído una pulmonía.

Domingo tuvo que despedirse de Don Bosco y sus compañeros para volver a su casa en Mondonio. Antes de morir, con su último aliento, alcanzó a pronunciar estas palabras: “¡Qué cosa tan hermosa veo!”.

Domingo partió a la Casa del Padre el 9 de marzo de 1857, a los catorce años de edad.

error: Si reproduce información de este medio, por favor, citar la fuente
WhatsApp chat