Historia de nuestra tierra

Sin químicos y con riego natural: los salesianos, tras la huella agrícola de jesuitas y guaraníes

“Queremos que vuelvan los padres (jesuitas) porque queremos vivir como ellos nos enseñaron, donde todos nosotros atendemos a los de todos y no como viven los españoles, donde cada uno atiende lo suyo”, le escribió un cacique guaraní al rey de España en 1769, poco después de la expulsión de la Compañía de Jesús.

La respuesta llegó unos 250 años después. No del Rey, tampoco de los jesuitas, sino de los salesianos del Instituto Agrotécnico Pascual Gentilini de San José, provincia de Misiones; también del Ministerio de Cultura de la Nación y del Ministerio de Agricultura familiar de Misiones.

Se trata de un proyecto que quiere renovar y promover el territorio que se consolidó entre 1600 y 1767 en las misiones jesuítico-guaraníes. El Gentilini empezó a forestar y a producir frutas y verduras. La huerta está cerca de una plantación de yerba mate de 1900. Cultivarán hierbas aromáticas y hortalizas anuales: maíz, porotos, zapallos y mandiocas. Más yerba mate, claro. Todo con las técnicas de entonces, sin químicos y con riego natural.

La Compañía de Jesús, fundada en 1534 por Ignacio de Loyola, había abierto en 1576 el Seminario de Lenguas de Juli, en el sur de Perú. El objetivo: “formar a los selectos”.

Los resultados fueron tan promisorios que, para proteger a los indígenas de aquella colonización devastadora, fundaron las misiones del antiguo Paraguay. Aplicaron técnicas innovadoras que hicieron de los guaraníes, entonces cazadores nómades, protagonistas de un territorio agrícola modelo en la historia de la humanidad. Pero no acataron la orden del rey de formarlos en castellano, porque les parecía prioritario preservar su lengua. Es más, publicaron libros en guaraní en las imprentas de sus pueblos.

Lengua por un lado y producción por otro, bases para el asentamiento y desarrollo de la iniciativa. “La dificultad radicaba en las modalidades habituales en los pueblos de cazadores. Costó mucho instalar la planificación. Cuentan que a los indígenas se les facilitaba un buey para hacer más eficaz el trabajo, pero inmediatamente se lo comían”, comenta el arquitecto Ramón Gutiérrez, del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana (Cedodal), también responsable del proyecto.

Los jesuitas lograron una economía integrada y autónoma respecto del sistema colonial, que los convirtió en sospechosos o “demasiado poderosos”, según funcionarios y hacendados. Para quedar exceptuados de la mita y la encomienda se propusieron recaudar y pagar un tributo a la Corona. Innovaron, al punto de evitar trasladarse 200 kilómetros a los yerbatales naturales de Maracayú: produjeron almácigos para nuevas plantaciones de yerba mate, uno de los productos de mayor demanda.

En San José había dos yerbatales, uno con 20 mil plantas y otro con 30 mil. La huerta estaba detrás de la Iglesia, el cementerio, el Colegio y la residencia de los padres. Era una suerte de laboratorio donde se hacían trasplantes de especies europeas y se estudiaban las americanas. Carlos III los expulsó, concluye Gutiérrez “por razones que guarda su real pecho, pero debió decir su real bolsillo, ya que se quedó con los bienes de los jesuitas”.

“El desafío del Gentilini es justamente plantar como los jesuitas”, comenta el salesiano Agustín Borzi, a cargo de la huerta junto con técnicos y alumnos, que agrega: “Con los jesuitas, los guaraníes eran dueños de la tierra. La pierden con la expulsión, y también durante la guerra contra la Liga de los pueblos libres, que lleva Buenos Aires contra Artigas, que intentó dar unidad económica regional a la actual Mesopotamia, Santa Fe y Córdoba”.

En el deterioro de los guaraníes influyó la guerra de la Triple Alianza, pero fue la gran la inmigración europea la que termina con ellos. Las mismas tierras del Gentilini, que habían sido jesuíticas, resultaron una donación de Pascual Gentilini, inmigrante italiano, amigo de Pedro Antonio Lanusse, entonces nombrado por Roca para poblar la Mesopotamia.

El proyecto de recuperar la memoria material de los jesuitas incluye las huertas y los yerbatales, que habían desaparecido completamente y en parte se recuperaron gracias a Carlos Thais, autor de los parques de Palermo de Buenos Aires, que en 1895 hizo germinar la yerba mate.

El 7 de julio, Día de la Conservación del suelo, se dio por comenzado el proyecto con una plantación de lapachos. La cosecha estará también a cargo de los alumnos.

Carlos Fernández Balboa, de la Dirección de Bienes Culturales del Ministerio de Cultura de la Nación, señala: “La promoción de las actividades jesuítico-guaraníes es una apuesta a una mirada integral del territorio que está bajo tutela de la Unesco desde 1994, cuando fue declarado Patrimonio de la Humanidad. No queremos que el turismo avasalle los procesos de creación cultural”.

Es un territorio de trascendencia universal. Tan trascendente que tomar mate, el rito que caracteriza al Río de la Plata, lo heredamos de aquellos guaraníes enamorados de la música barroca que aprendieron con los jesuitas.

Por María Josefina Cerutti ,periodista gastronómica /Télam

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